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LA DE IBARRA LUPA

Ligero se hace el peso que bien se lleva

JUAN IGNACIO DE IBARRA

Martes, 23 de septiembre 2014, 09:41

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La mañana andaba metida en los calores de un verano que se resiste a marcharse. Es algo más que el veranico de los membrillos, que dicen los que saben de esto que andamos por el septiembre más caluroso de los últimos decenios. Y, sin embargo, las tempranas once de la mañana invitaban a regresar a La Condomina, a la que llaman vieja, no sé por qué, ya que, junto con el coso taurino, es la parcela que justifica el nombre, heredado de la acequia que la riega y que se hizo campo de fútbol, desde su condición de condominio, hace casi noventa años.

A las once de la mañana, un pausado ejército de aficionados, casi dos mil, iban a ocupar el único graderío donde la techumbre da cobijo, como un manto protector, a viejos aficionados de otros tiempos (a mi lado tuve al abonado número 31 del Real Murcia, padre, por cierto, de periodista deportivo) y una exultante juventud de pantalones muy cortos, piernas largas y blusas obsequiosas. Es el hermoso contraste entre los aficionados de ayer, de los que formo parte, y los que empiezan a aficionarse hoy y que, en muchos casos, visten los colores azules y el nombre resumido de la Universidad Católica, con el que se denomina a ese equipo de fútbol que ha de competir con clubes de dilatada experiencia y que, en algunos casos, hasta son buque insignia de algunas capitales de provincia como Jaén, Cádiz, Cáceres o Melilla.

Ayer tocaba el filial de ese Córdoba que, solo unos meses atrás, había mandado al garete las ilusiones del Murcia. Viendo a los que sueñan con ser futuro de la Ciudad del Califato, me venían a la cabeza los afanes perdidos y se me acrecentaban las ganas de que los universitarios marcaran cuanto antes. Y si eran varios goles, mejor. Y quiso el hado que protege a los buenos, que a los trece minutos se abriera la cuenta, que el equipo de Mendoza jugara cada vez mejor, que se apuntara el segundo en una jugada de lujo y que, a poco de iniciarse el siguiente periodo, llegara el tercero. El buen juego, las aperturas a las bandas, las llegadas rápidas, las combinaciones muchas veces ensayadas, reclamaban un distancia más larga en el marcador. El 3-0 definitivo encontró eco entusiasta en los aficionados, unos de un ayer lejano; otros, de apenas una semana.

A las cinco de la tarde, en Asturias, el Real Murcia estiraba las piernas, encogidas por casi novecientos kilómetros de viaje. Y las soltaron bien los jugadores porque, apoyándose en los afanes de la cantera, consiguieron un gol, con origen en Abarán, que de allí es Arturo, y mantuvieron su portal a cero, merced a una inspiradísima tarde de Fernando, el murciano que empezó en el Sangonera y que ayer paró lo que hizo falta, incluido un penalti que quería nivelar la cuenta buscando un palo al que llegó la mano del paisano, todo eso a tres minutos del final, que es cuando duelen los posibles goles ajenos.

El Real Murcia, al que han cegado todos los caminos, consiguió una nueva victoria en su segundo viaje. Vistos los triunfos fuera de casa, tras los interminables peregrinajes, y las derrotas en el estadio que espera ser recibido por su legítimo dueño, da la sensación de que a estos zagales les va la épica, la cuesta arriba, el camino sinuoso, la vereda de los sobresaltos y los miedos. En todo caso, parece que priva el carácter indómito de quienes saben luchar contra la adversidad. Y eso puede ser un aliciente, con amenaza de infarto, que ennoblece a los jugadores, que los hace más profesionales, que los afilia al grupo de lo posible y que, en el peor de los ambientes, saben llevar carga. Como decía Ovidio, 'ligero se hace el peso que bien se lleva'.

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