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Caridad o ascenso

Que el Murcia siga con vida, más que de un comprador, depende de un samaritano

CÉSAR GARCÍA GRANERO

Martes, 31 de marzo 2015, 11:48

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Me da la impresión de que Samper ha apagado el motor del barco y ha dejado el Murcia al vaivén del viento. El club grana, que en su día fue una inversión, ha terminado por ser para él un grano chungo que está ahí, pero nada más. Si al final hay ascenso, perfecto, entrará un dinero con el que seguir malviviendo; si no lo hay, mucho me temo que el club se dirige de forma irremediable hacia su liquidación. De esta forma, el futuro del Murcia solo tiene dos caminos: un milagro, el del ascenso, o un acto de generosidad, el de un posible comprador. Que alguien adquiera el club solo puede deberse a una obra de caridad, teniendo en cuenta su deuda paquidérmica y su nulo patrimonio. Así, que el carraspeante Murcia siga con vida, más que de un comprador, depende de un samaritano.

La afición lleva mucho tiempo pisando cristales. Me sorprende su pujanza y sus ganas de hacer cosas, de levantar alfombras, de husmear en los recovecos y de oruguear aquí y allá para que el club no desaparezca. Su apoyo al Murcia también es ensalzable. Alrededor de seis mil aficionados van al campo en cada partido, una cifra que mejora la de algunos campos de Segunda y se acerca a la de algunos de Primera, arruinando la teoría de aquellos que defienden que el aficionado murciano es solo un coleccionista de espectáculos. Su actitud infatigable en este 'trancazo' del Murcia es un ejemplo de resolución y empeño que, eso sí, mucho me temo acabará en la nada. Es como una transfusión de sangre sin destinatario.

¿Por qué? Pues porque un acto de caridad como el que requiere la compra del Murcia ha de venir por lógica de un empresario murciano, empresariado que ha tenido muchos años para asomar la patita sin hacerlo. Si no lo ha hecho antes, a estas alturas del desconchón veo difícil que aparezca.

Así que, de momento, queda seguir mirando al campo, donde Aira y su gente siguen sin tacha en mitad del desastre. Jueguen bien o mal, marquen poco o mucho, es innegable, al menos, su honradez: en mitad de la tormenta, ellos mantienen el tipo. Su dignidad está confirmada, pero la responsabilidad es enorme: la supervivencia del club está en sus manos.

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